Quizás “sobreturismo” (overtourism) se convierta en la palabra del año. Anuncia que una reflexión sobre los límites del crecimiento turístico es necesaria. La palabra “posverdad” logró carta de reconocimiento en 2016, cuando dos acontecimientos dieron sobradas ocasiones para utilizarla: el referendum del Brexit y la elección de Donald Trump como presidente de los EEUU. Fue la palabra del año según el diccionario de Oxford, que la definió como “‘relating to or denoting circumstances in which objective facts are less influential in shaping public opinion than appeals to emotion and personal belief”. Parece ser que el término se usó por primera vez en 1992 en la revista Nation por el dramaturgo S. Tesich. Hay en inglés otro término parecido, más antiguo, sobre el que también se ha escrito mucho, aunque en este caso no hay una traducción directa. Me refiero a “bullshit”, literalmente “boñiga” (de toro). Creo que una buena traducción sería “palabrería”, aunque este término no tiene una connotación tan negativa como su equivalente inglés.
H. Frankfurt escribió On Bullshit en 2005, un libro excelente sobre el asunto. Bullshit consiste en decir algo sin que al hablante le importe realmente si es o no verdadero, por tanto es un discurso desconectado de la verdad. Desde el punto de vista gramatical se trataría de afirmaciones, de locuciones que pueden ser verdaderas o falsas. Normalmente cuando uno afirma algo, es para declarar que es el caso, que así es. Con un tecnicismo diríamos que al acto locutivo de pronunciar una frase le acompaña el acto ilocutivo de declarar que las cosas son de esa forma. En la forma usual de mentira también se realiza ese acto ilocutivo, solo que se oculta al oyente lo que uno sabe (esto es, que lo que se dice no es el caso). En cambio, la consideración de que una declaración es bullshit, palabrería, es la denuncia de que el hablante no está declarando nada, aunque lo parezca, de que no está realizando el acto ilocutivo correspondiente. Lo que dice puede que sea verdadero, puede que no, pero realmente eso le importa, con perdón, una mierda. Como cuando se dice “vamos a dejarnos la piel en sacar esto adelante”. Lo que hay que hacer con el bullshit es identificarlo, y reclamar a nuestros interlocutores, y desde luego a los políticos, que digan la verdad y, más aún, que intenten decirla.
Por supuesto, la política está llena de bullshit, como también de otras formas de mentira y superchería, y lo realmente llamativo es que las mentiras de los políticos no afecten a los votantes, quienes perfectamente saben que les están mintiendo (D. Runciman, La hipocresía política, traducción de. D. Salcedo Megales en 2018). El discurso público sobre el turismo y el patrimonio cultural, abunda en palabrería. A este respecto, voy a referirme a dos asuntos que se prestan al bullshit: los códigos éticos, y la “Córdoba de las Tres Culturas”. La Organización Mundial del Turismo (desde este año llamada “ONU Turismo”) aprobó en 1999 el Código Ético Mundial para el Turismo. Como muchos códigos éticos, es una norma blanda (soft law) que identifica cuestiones de interés moral y propone temas para la concienciación de los profesionales. Lo malo es cuando sus artículos se utilizan como si fueran las pautas que realmente siguen las políticas y los agentes turísticos, los turistas incluso, cuando hablan de un turismo “sostenible”. Por ejemplo, su artículo 1.2 dice que “las actividades turísticas se organizarán en armonía con las peculiaridades y tradiciones de las regiones y países receptores y con respeto a sus leyes y costumbres”. Y el artículo 1.3. dice que “tanto las comunidades receptoras como los agentes profesionales locales habrán de aprender a conocer y respetar a los turistas que los visitan, y a informarse sobre su forma de vida, sus gustos y sus expectativas.” Todo eso está muy bien y bonito, pero habría que partir de una visión realista de qué quieren los turistas.
Las definiciones de turismo suelen ser descriptivas. Por ejemplo, turismo es “el conjunto de los fenómenos y relaciones que tienen lugar debido a la interacción de los turistas, empresas, gobiernos y comunidades anfitrionas del proceso de atracción y hospedaje de tales turistas y otros visitantes”. O también esta otra definición de ONU Turismo: "un fenómeno social, cultural y económico que supone el desplazamiento de personas a países o lugares fuera de su entorno habitual por motivos personales, profesionales o de negocio" (ver en ambos casos Besga 2023). Pero la reflexión sobre el turismo sostenible (esto es, moral o ético) trata sobre qué desean los turistas y qué deberían desear. Como esto último no está en nuestra mano, en su lugar podemos pensar qué deberíamos ofrecerles. En The Ethics of Sightseeing (2011), MacCannell defiende que el turismo es, inevitablemente, moralmente problemático. Porque lo que en el fondo quieren los turistas es “cruzar la frontera”, “pasarse de la raya”, esto es, ver o experimentar cómo sería habitar fuera de esa sociedad nuestra de cada día que nos permite sobrevivir y prosperar, pero también que nos impone tantas restricciones y frustraciones. Como Freud sabía, el malestar habita en la cultura. Por eso todo turismo es cultural, en el sentido antropológico de querer trasladarse a otros modos integrales de vida. Por supuesto, este deseo del turista no puede realizarse del todo, porque ni podemos abandonar nuestra cultura, ni los habitantes de los lugares turísticos están libres de sus propias ataduras culturales. De todas formas, cualquier turista, incluso el que se auto-identifica como viajero, se coloca en un entre moralmente ambiguo, a mitad de camino entre su cultura y la de sus anfitriones, en un plano hipermoral, según la expresión de Maccannell.
La armonía a la que se refiere el artículo 1.2 del Código Ético Mundial para el Turismo solo requiere que los turistas contemplen la cultura de sus anfitriones como a los peces en su pecera, pero no les exige que se sumerjan en ella ni que beban su agua. La información sobre formas de vida, gustos y expectativas reclamadas por el artículo 1.3 no tiene en cuenta que la visita turística modifica esas formas de vida, gustos y expectativas. En resumen, al turista solo se le exige que respete las normas morales y legales básicas, pero se le perdonan malentendidos y torpezas que serían inaceptables en un autóctono. Aunque intente comportarse “como los de aquí”, y sus anfitriones se lo ofrezcan, todo es un juego que terminará en poco tiempo, afortunadamente para ambas partes. Así que, por un lado, la industria turística celebra la diferencia, y la oferta permanentemente (productos y comidas típicas, fiestas tradicionales, Spain is different, etc.); por otro lado, se encarga de neutralizar los efectos de esa diferencia. Por eso los turistas que “se pasan” en comportamientos incívicos provocan la sensación de que la farsa ha ido demasiado lejos, y de que la distancia entre turistas y huéspedes es mayor de lo que normalmente damos por sentado.
Mientras el turista se pasea en su plano hipermoral, la palabrería (el bullshitting) de los anfitriones encuentra un terreno abonado. Podemos decir lo que queramos, y fingir que nos lo creemos porque, total, son turistas que volverán a su casa y basta que se lleven un buen sabor de boca. En mi ciudad, un ejemplo de esta palabrería es la referencia a la “Córdoba de las Tres Culturas”, supuesta época dorada cuando Córdoba era la capital de Al-Ándalus, y también, se dice, la ciudad más desarrollada de Europa. En ella convivían armoniosamente cristianos, musulmanes y judíos, siendo un ejemplo de interculturalidad en el que debería mirarse el mundo actual. Bullshit. Si uno lo piensa un poco, es inverosímil tomar como paradigma de convivencia a un régimen teocrático que existió siglos antes de la noción de derechos humanos. Ma se non è vero, è ben trovato, y para el turismo cultural con eso basta. Hay una colección de ensayos del filósofo iraní Rami Jahanbegloo, Elogio de la diversidad (2007), que contribuyó mucho a este lugar común ya tan cordobés. Jahanbegloo es un intelectual valiente y comprometido con los valores democráticos y liberales, perseguido y encarcelado en su país por oponerse al régimen islamista de los ayatolás. En sus escritos defiende persuasivamente la pluralidad interna del Islam, y sus potencialidades para hallar un camino propio hacia sociedades plenamente democráticas, camino que además puede ser enriquecedor en la ribera norte del Mediterráneo. Esta es la finalidad de uno de los ensayos del libro, titulado “El cruce de fronteras y el Paradigma Córdoba”, donde propone esa expresión, “Paradigma Córdoba”, extraordinariamente halagadora para el ego cordobés. En otro ensayo del libro (“Diálogo y no violencia”), comete errores gruesos sobre los usos pasados de la Mezquita-Catedral, pero eso ya da igual. Su propuesta sutil y sugerente sobre la interpretación del pasado histórico queda oculta en la fiesta del bullshit, lista para rendir fruto en el turismo cultural.
Algunas de estas ideas las desarrollé en la mesa redonda Turismo y Convivencia, celebrada en la Biblioteca Viva de Al-Ándalus de la Fundación Paradigma Córdoba, y organizada por R. Lanquar, a quien agradezco la invitación. Aquí el vídeo de la mesa redonda, en la que también participaron el profesor de la UCO Manuel Rivera, Isabel Calvache, directora de Caracol Tours, y Jose Luis García Clavero, patrono de la Fundación, además del propio Lanquar: https://youtu.be/TnrhgFnI20Y (Rafael Cejudo).
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